Es común pensar que cuando hablamos del respeto hacia los demás está implicada la facultad de la empatía, esto es, la capacidad de comprendernos en el otro a partir de conectar emociones con esos individuos.
Pero, para entender mejor esto, desentrañemos el concepto de empatía que proviene del griego epathón y del prefijo εv, que significa sentir adentrándose en el otro; y del latín concordia, convenientia, sympathia que significa concordia, vivir en armonía, perfecto acuerdo, simetría, afinidad natural.
A partir de esta etimología es que podemos establecer quiénes son nuestros iguales que podrían beneficiarse de nuestras acciones empáticas.
Es claro que la igualdad entre humanos es aceptada de manera general, porque se espera el ejercicio de la empatía entre unos y otros, de ahí que resulta socialmente reprobable la discriminación o la crueldad.
Pero, nuestra especie, hechizada por “el progreso”, se ha esforzado por renunciar a todo aquello relacionado con su animalidad que le vincula a la naturaleza, a la tierra.
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Desde tiempos antiguos, filósofos como Aristóteles o Claudio Eliano mostraron que era posible observar, describir y clasificar a los animales, incluso hacer similitudes con los humanos, sin involucrar la empatía.
Si bien es cierto reconocieron emociones en otros animales, estas características no eran consideradas episteme, esto es, parte de lo racional, que suponían era lo particular de la “naturaleza humana”.
Entonces, los animales podían poseer emociones, ser inteligentes, pero no eran racionales, esto es, capaces de discernir entre lo correcto e incorrecto y participar en la esfera pública. Por ello tales filósofos no se detuvieron en preguntar si teníamos deberes ante los demás animales.
Contrario a esta postura filosófica, Plutarco rebasó el naturalismo aristotélico e involucró la empatía a la hora de hablar sobre los demás animales. Encontró la igualdad en algunas características de la subjetividad intrínseca de los animales (alma) como son la inteligencia, la comunicación oral y corporal o la expresión de sus emociones. Esta igualdad llevó a Plutarco a cuestionar el trato y la matanza de animales en el siglo I.
La empatía requiere necesariamente ver al otro como igual bajo la regla máxima de la ética que versa “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan”.
El mundo subjetivo intrínseco que cada animal -humano y no humano- posee, nos hace diferentes, pero en esa diferencia radica la igualdad, en la comprensión del otro con un mundo afectivo que debe ser respetado más allá de si lo entendemos.
Las evidencias sobre la capacidad de experimentar dolor y sufrimiento en otras especies no humanas existen, son reales, podemos preguntarnos sobre las causas o fuentes de estas experiencias, pero es absurdo preguntarnos por la existencia del dolor y el sufrimiento que viven millones de animales, principalmente, en las granjas industriales.
Es hora de cuestionarnos las creencias insostenibles sobre la existencia de alguna diferencia infranqueable entre animales humanos y no humanos, mismas que han provocado tanto sufrimiento indecible en un mundo empobrecido de empatía.