El penúltimo programa de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, que se ejecutó la semana pasada, incluyó una espléndida y matizada ejecución de una de las sinfonías más famosas de la música: la Quinta de Beethoven. Un reto no menor, considerando que su popularidad extrema ha dado pie a una estandarización de su interpretación, con base en esas cuatro notas iniciales que -recuerdo, como si fuera ayer, lo que dijeron especialistas en un programa de los años 80 de la Deusche welle radio, retransmitido en la XEJB tapatía- “se han escuchado hasta en los sitios más recónditos de la sabana africana”.
El responsable de esta nueva versión, en que pasamos de la energía característica de la “llamada del destino” a momentos de gran lirismo que demandan sutileza, o la festiva marcha final, siempre bajo la sombra de esos acordes potentes y sombríos que recuerdan que la nuestra es una historia que ya fue escrita antes del tiempo, a la que el humano no se puede sustraer -el eje, no está de más recordarlo, de la tragedia griega, donde la asunción de la mortalidad es la única manera de alcanzar la libertad personal-, es Scott Yoo, un estadounidense de orígen oriental que funge como director principal de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, cuya energía infundió como director huésped al conjunto tapatío.
De este modo, no solamente obtuvimos una versión correcta, sino que muchos de los que se han cansado de escucharla a lo largo de los años, advirtieron una nueva lectura que nos remite a otros Beethoven: no solo ese fatalista y enérgico genio inundado de depresión; también ese habilísimo artesano que hizo hablar a la música como nadie lo había hecho en el pasado; que comprendió que la grandeza de este arte reside en la profundidad en que puede retratar las contradicciones humanas y que sabe que la gravedad del pensamiento, las emociones fútiles, la ligereza y el espíritu gregario y conformista solo son facetas de la multiforme identidad de los “hijos del limo”, esos “seres de un día” cuyo destino es determinado por fuerzas cósmicas que barren vidas como el viento a las hojas, para parafrasear un célebre pasaje de la Iliada.
Encuentro necesario hacer esas elucubraciones para que se entienda la trascendencia única de la Quinta (así, escrita como nombre propio, como ninguna otra sinfonía puede reclamar) en toda la historia de la música. Y por eso es muy meritorio encontrar versiones que dentro de las mismas notaciones musicales nos entregan la fresca novedad que siempre reportan los clásicos. Ninguno como Beethoven.
Durante la primera parte del programa hubo una muy virtuosa ejecución de un famoso concierto para violín del armenio Ara Jachaturian, uno de los más famosos compositores de la era soviética. Para occidente, la gran música rusa siempre ha tenido un tono exótico ligado a lo maravilloso de mundos ajenos. No cabría aquí una disertación sobre lo profundamente occidental que también es esta escuela. Pero sin duda, eso refleja la gran personalidad del nacionalismo ruso que pervivió en el orgulloso imperio soviético. La versión que estuvo en el teatro Degollado es una transposición de violín a flauta. El resultado es prodigioso. La solista Alicia Dade, que ya se ha presentado con este concierto en otras plazas de la república, no decepcionó. Una asombrosa fortaleza que podríamos decir que llega a lo físico, para que un instrumento tan ligero y sutil puede enfrentar con éxito a una orquesta. Todo esto con un aura de modernismo nunca excesivo que ha ganado al compositor armenio para el gusto del gran público. No está de más reconocer nuevamente el atrevimiento de ampliar el catálogo tradicional que la orquesta filarmónica nos brinda a los habitantes de la principal ciudad del occidente mexicano.