sáb. Nov 23rd, 2024
142 AÑOS DESPUÉS, PARSIFAL, DE WAGNER, SE ESTRENÓ EN MÉXICO
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1. HISTORIAS DE PROVINCIA. Un viejo dicho mexicano nos aconseja que si se viene el fin del mundo, nos vayamos a Mérida. Una forma clara de decir que, fuera de la capital de la república, nada pasa, somos provincia de la provincia del mundo. Si esto siguiera siendo verdad -lo fue por mucho tiempo-, la vida de los mexicanos sería apacible y ajena a la violencia, cosa que desgraciadamente ya no es. Pero en otro nivel, la vida en ese México diferente a su enorme ciudad central, da sorpresas gratas; fuera de la Ciudad de México habitan casi 110 millones de personas, que en algunas regiones prósperas, como El Bajío, lanzan de vez en cuando algunos desmentidos luminosos que reflejan su real inserción en lo global, efecto de la tecnología y la democratización del poder político y económico que significa una mundialización que, no de a gratis, tratan de contener y regular los proyectos populistas autoritarios.

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Pero no hablaremos de inversiones empresariales, de productividad económica, de creación de empleos o de infraestructura; ni siquiera de política. Hablaremos de cultura. La presencia de la ópera Parsifal, la obra final de Richard Wagner, en los escenarios mexicanos, ha demorado nada menos que 142 años de su estreno, demasiado tiempo, si se considera que el 31 de diciembre de 1913, el día en que caducó la exclusividad de este “festival escénico sagrado” para el teatro de Bayreuth (el santuario wagneriano de Franconia, en el sur de Alemania), el primer tinglado del mundo en que se ejecutó fue el teatro Liceu, de Barcelona, ya dentro del orbe hispánico.

De manera que que incluso la gran ciudad de México ha persistido en no dar espacio a una de las obras maestras musicales del siglo XIX, no obstante la gran cantidad de melómanos que hay en esa ciudad; sería equivalente a que no se hubiera impreso jamás en México una novela como Los hermanos Karamazov, que justamente es de 1883, el año siguiente al estreno de Parsifal, y que sin duda es aceptada por la crítica universal como una de las cumbres de la historia de la novela. Es decir, en terrenos distintos, Wagner y Dostoievsky son sin duda equiparables, infaltables miembros del canon.

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Entonces, si la ciudad de México sigue sin representar Parsifal, ¿de qué estamos hablando? De que esa provincia antes lejana ha tomado un papel que la presunción dictaría para la gran capital que alberga las élites económicas y políticas. Y no es Mérida, sino León, una ciudad de El Bajío que ni siquiera es sede de poderes de su estado (Guanajuato), donde la compañía dirigida por el promotor cultural Sergio Vela (quien ya nos había regalado el estreno mexicano del ciclo completo de El anillo del Nibelungo, la obra central de Wagner, a comienzos del siglo, en el palacio de Bellas Artes), con diversos e importantes patrocinios (la ópera es un espectáculo muy costoso; la Fundación Ricardo Salinas, enfrentada políticamente a los que gobiernan Ciudad de México, ha tenido un papel medular en financiar la posibilidad de llevar la representación a ese rincón guanajuatense), montó este pasado abril, en tres jornadas (días 18, 20 y 23), esta espléndida obra que acompañó el final de la vida del maestro alemán, ocurrida apenas seis meses después de su estreno, en 1882.

Parsifal no es cualquier espectáculo. Para los no escasos (aunque tampoco demasiados) cultores de la música clásica en México, es un verdadero acontecimiento ver escenificada la solemne y grandiosa música que atraviesa el misterio del Santo Grial.

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2. UN FESTIVAL ESCÉNICO SAGRADO. El martes 18 de abril en el Teatro Bicentenario de León, pudimos ver correr ante los ojos este drama lleno de resonancias místicas: en el acto primero, se presentan los tres principales protagonistas en medio del bosque (el caballero Gurnemaz, oprimido por la enfermedad de su rey Amfortas; la “salvaje” Kundry -cuya atractiva personalidad se mueve entre la seducción sexual y la búsqueda de redención espiritual- y Parsifal, el joven cazador que ha cometido la profanación al matar a un cisne en la umbría sagrada, porque todo lo ignora, su mismo nombre sugiere que es tonto y puro. Gurnemaz decide llevarlo a presenciar una ceremonia de la orden, con la esperanza de que reconozca los signos y descubra la misión que tiene como portador de la salud para el rey y de compasión a todos los pecadores, pues cree que es el elegido que esperan…). El rey Amfortas se ha ido a bañar al lago a mitigar sus dolores, mientras en el interrogatorio de Gurmemaz a Parsifal, y las intervenciones de Kundry, se van descubriendo los detalles sorprendentes de la vida del joven pastor que luchaba por ser caballero, el “puro loco” (“la etimología de Parsifal también se deriva de la combinación de palabras persas en sentido puro con referencia a los persas adoradores del fuego. Y fal significa loco”, señala un comentarista español, Gracia Noriega; y aunque tal etimología es discutible, fue la que tomó en consideración Wagner para construir a este personaje que, no olvidemos, es parte del ciclo del rey Arturo y la mesa redonda. Ver https://www.clubwagner.cat/…/brevemente-sobre-la…).

Llega entonces la música de la transformación, y luego presenciamos la entrada de los caballeros del Grial en Monsalvat, el castillo misterioso enclavado al norte de España (el libreto señala esa ubicación geográfica) donde se protegen dos reliquias de Cristo: el cáliz de la última cena (propiamente, el Santo Grial) y la lanza de Longinos, con la que el soldado romano del mismo nombre habría terminado la vida y culminado el sacrificio del Cristo clavado en la cruz, para que así alcance su mortalidad, “descender a los infiernos” y luego, la resurrección de entre los muertos. La lanza ha sido robada por el mago maléfico (y un dato no menor, eunuco) Klingsor, que hirió con ella al rey de los caballeros, Amfortas, descuidado al caer en la seducción carnal de las doncellas de ese paraje infernal que hace un espejo de pecado frente a la ascética morada de Monsalvat. La enfermedad de Amfortas no es física, sino espiritual, por haber faltado a su misión, que entraña permanecer en castidad. Y solo se aliviará con la llegada de un extraño “necio y puro” que derrote a las fuerzas de la carne y el mal.

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Suenan campanadas solemnes que llaman para un ritual que alimenta el espíritu de la orden, pero llena de dolor al rey enfermo. Los coros entonan:

“…Preparémonos, día tras día,

para el ágape de amor

como si fuera éste el último

que celebraremos.

Quien en la bondad se complace

aquí encontrará paz y amor.

Podrá sentarse en el sacro convite

y recibir el don supremo”.

Amfortas clama, impotente y postrado por el dolor:

“¡Ay! ¡Ay de mí!

¡Padre mío: celebra tú, de nuevo,

el oficio sagrado!

¡Vive, vive y deja que yo muera!…”.

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Se trata de una ceremonia en que ese vaso sagrado transfiere salud y paz a los caballeros. Un alimento espiritual que es imposible no asociar a la eucaristía, y que da sentido a las iras de Nietzsche, el mayor crítico de Wagner y de Parsifal, quien le reprocha haberse inclinado ante la cruz y ante una religión de ovejas, compasión y masas, como siempre vio al cristianismo.

La grandiosa música deja perplejo al héroe, que no comprende nada. Gurnemaz, decepcionado de que el elegido no se revele, lo conmina a abandonar los sacros parajes. Cree que no regresará jamás.

3. MÚSICA PARA PERDER EL ALMA. Así llegamos al apogeo artístico que es el acto II, con la escena de la seducción fallida del caballero por las doncellas y por Kundry en el castillo de Klingsor. No es exagerado afirmar que estamos ante un momento cumbre en la historia de la música occidental: una partitura potente y deliciosamente disoluta, con los cantos tentadores de mujeres que hacen gala del poder de la carnalidad frente al rudo guerrero que solo ha hecho pedazos a sus amantes y ha penetrado al castillo de los placeres. Imposible no recordar el Venusberg de Tanhäuser, donde el palacio del pecado era presidido por la mismísima diosa Venus; o la escena inicial de Das Rheingold (El oro del Rin) en que las doncellas del río se burlan de los delirios de Alberich, el mafioso líder de los enanos nibelungos que suspira por el oro que yace inocente en el fondo del agua; o bien, el encantador diálogo de Sigfrido con las ondinas del río al comenzar Götterdämmerung (El ocaso de los dioses, 1876), su viaje por la cuenca que lo llevará a la muerte y al sacrificio de la walkiria Brünhilde, con cuyo incendio termina el mundo.

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Dice, ufano, el siniestro Klingsor:

“Llegó el momento.

Mi castillo mágico atrae al necio,

a aquel joven alegre

que diviso a lo lejos.

Como en una tumba duerme

la mujer que deberá atender mi voz.

¡Ea, pues! ¡Manos a la obra!”.

Ordena a Kundry encargarse personalmente, si las sensuales mujeres de su corte fracasan. Éstas cantan entre música embriagadora y bailes sinuosos; la belleza de la mortalidad, que es esas curvas corporales, esas pieles tersas, esas bocas demandantes, se exalta hasta tratar de hacer olvidar al espectador que posee un espíritu, de acuerdo al relato cristiano. El ejercicio seguramente no dejará indiferente a Richard Strauss, al concebir a su irrepetible Salomé, la fracasada seductora de Juan el Bautista, apenas 23 años después.

MUCHACHA – II

¿No vienes a combatir?

PARSIFAL

En modo alguno.

MUCHACHA – I

Sin embargo,

mucho daño nos causaste.

TODAS

¡Mucho daño nos has hecho!

MUCHACHA – I

Has herido a nuestros amados.

TODAS

¿Con quién jugaremos ahora?

PARSIFAL

¡Conmigo, si queréis!

(Las muchachas han ido pasando de la sorpresa a la alegría y dejan brotar su divertida risa. En tanto

que Parsifal se acerca cada vez más al grupo más revoltoso, otras abandonan la escena entre el follaje

disimuladamente para ataviarse mejor).

TODAS

¿Te gustamos?

¡Entonces no estés tan alejado!

¡Si nos amas permanece con nosotras!

MUCHACHA – I

Tienes que ser amable…

MUCHACHA – II

… y te verás recompensado.

TODAS

(Alternativamente.)

¡No queremos oro!

MUCHACHA – I

Sólo nos gustan los juegos del amor.

MUCHACHA – II

Si piensas consolarnos…

MUCHACHA – I

… deberás conquistarnos.

(Regresan las muchachas que habían salido, tan cubiertas de flores que parecen flores ellas mismas. Se precipitan al instante sobre Parsifal).

MUCHACHA – II

¡Soltad al muchacho!

MUCHACHA – I

¡Es para mí!

MUCHACHA – II, III

¡No!

TODAS

¡No! ¡Es mío!

¡Ah! ¡Perversas!

¡Os habéis embellecido a escondidas! […].

(Las muchachas, durante el canto, giran alrededor de Parsifal acariciándole).

¡Ven, ven, hermoso mancebo!

¡Quiero florecer para ti y,

con dulcísimo gozo,

confortarte con mi amor!

Sin embargo, la virtud del caballero se impone y debe hacer frente a la gran seductora, esa inolvidable soprano dramática o mezzosoprano que han encarnado algunas de las mayores cantantes de la historia de la ópera: Martha Modl, Waltraud Meier, Régine Crespin, Astrid Varnay, Kirsten Flagstad, Birgitt Nilsson, María Callas o Jessye Norman.

PARSIFAL (Siempre en la misma actitud contempla a Kundry, que se inclina hacia él realizando los amorosos movimientos descritos en las siguientes palabras).

¡Sí! Esa voz… suyo fue el grito…

también reconozco su mirada…

y suya era esta risa incitante;

y los labios… sí…

así se los brindó…

así dobló la nuca…

así levantó su frente…

así ondeaban sus alegres rizos…

así le rodearon sus brazos y,

así le acarició sus mejillas…

Reuniendo todos los tormentos en uno

¡le robó la paz besándole en la boca!

(Se ha levantado poco a poco.)

¡Ah! ¡El beso!

(Rechaza violentamente a Kundry)

¡Aléjate de mí, espíritu del mal!

¡Siempre…. siempre…, lejos de mí!

KUNDRY

(En el paroxismo de la pasión.)

¡Hombre cruel!

Si sólo percibes las penas ajenas a ti,

también deberías sentir las mías.

Si tú eres el que salva, ¿qué te impide,

perverso, unirte a mí para salvarme?

Hace una eternidad que espero

al Salvador, pero ¡ay!…

¡Después de tanto tiempo

bastó un sólo día para perderle!

¡Oh!

Grave maldición me persigue

en vida y muerte,

en sueño y vigilia,

en risas y lágrimas,

siempre acrecentada

con nuevos pesares,

siempre castigando con dureza mi ser.

Le vi…. a Él…, a Él y… me burlé…

Entonces su mirada me alcanzó.

Ahora lo busco inútilmente

de un mundo a otro,

ansiando volver a verle.

En la plenitud de mis males

creo tener cerca sus ojos,

su mirada fija en mí.

Pero vuelve la maldita risa

a mis labios…

y un mísero cae entre mis brazos.

Y río, río, no puedo llorar. Sólo grito,

aúllo, gruño, deliro, sumergida

en la noche del desvarío

de la que sólo salgo como penitente.

Tú, que me diste mortales congojas,

al que reconocí y me burlé de ti,

¡deja que en tu pecho vierta

mis lágrimas!

¡Deja que viva una hora para ti y

si Dios y el mundo me rechazan,

haz que por ti encuentre la redención!

PARSIFAL

Eternamente te condenarías conmigo

si sólo una hora olvidara mi gran

misión entre tus mórbidos brazos.

También traigo la salvación para ti,

si logras apartarte de este deseo.

El bálsamo que puede curar tus males

no procede de la fuente del dolor.

Nunca se te devolverá la salud

si antes no ciegas esta fuente.

Es otra la fuente por la que he visto

languidecer a mis hermanos

castigando sus cuerpos con flagelos.

¿Pero quién puede ver nítidamente

la verdadera fuente de la salvación?

¡Oh mundo de tinieblas y errores!

Buscando ansioso el Bien supremo

temo caer en la fuente de la perdición.

KUNDRY

(Con salvaje exaltación.)

¿Era, pues, mi beso

el que te dio clarividencia?

Mi abrazo amoroso

¿te ha dado fuerza divina?

Salva al mundo, si es tu misión;

si durante una hora eres como Dios

¡no me importa condenarme

ni hallar nunca remedio para mi mal!

PARSIFAL

¡También a ti, ser perverso,

te ofrezco la redención!

KUNDRY

Deja, ser divino, que te ame;

también podrás redimirme así.

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Este diálogo ofrece un atisbo a la complejidad de los personajes. Parsifal se impone, y cuando es atacado por Klingsor con la lanza sagrada que hirió a Amfortas, esta queda suspendida en el aire. La captura el caballero y el mundo del mal del castillo maligno se derrumba, cual nuevo ocaso de dioses falsos, como gustaban decir los apologetas cristianos ante el naufragio de la Antigüedad pagana.

Pero del pasaje completo, dejemos hablar a Sir William Henry Hadow, un grande y agudo wagneriano:

“En el segundo acto Wagner recobra su poderío. En ninguna otra parte se ejecutan con mayor perversidad los poderes siniestros de la magia negra. La cámara de Klingsor es tan oscura como el infierno, es una caverna Estigia “llena de horribles sones y gritos y formas impías”. La invasión del castillo por Parsifal corta como una espada. Las doncellas floridas lo bañan en una fuente de encantos y deleites. La escena de la tentación de Kundry lleva a su extremo la fuerza de un encanto irresistible […] es una de esas obras de genio que nos hacen preguntarnos no cómo fue posible realizarlas, sino cómo estaba estructurado el espíritu que les dio realidad. Su esencia es, al mismo tiempo, demasiado sutil y volátil para nuestros rudos alambiques…” (Ricardo Wagner, W. H. Hadow, 1951, Fondo de Cultura Económica, México).

4. LA PAZ DE LA REDENCIÓN Y LA POLÉMICA INAGOTABLE. A esta culminación musical que es el acto II, sucede el remanso -“anticlímax” (Hadow)- del acto III, como lo es La Odisea a La Ilíada (“crepúsculo después del mediodía, pero es el crepúsculo de Homero”). Es la melancolía de Los encantos del viernes santo del acto, el bautismo de Kundry y la naturaleza que se renueva en un día de luto, paradoja que anuncia la inminente resurrección. Y llegamos a la escena final: la redención por compasión de Amfortas por un Parsifal sublimado mientras ve morir en paz al rey pecador y a la agotada salvaje que ha sido reconciliada con la Gracia. Asume el trono de la orden guardiana de las reliquias y canta la “redención al redentor”. Es una conclusión en paz y salud. Wagner renuncia en este momento de forma explícita a sus hechicerías que han inundado la música y la imaginación del mundo desde el temprano éxito de una irreconocible Rienzi, medio siglo atrás.

Guy de Pourtalès, en su célebre Wagner, historia de un artista (Losada, 1941. Buenos Aires, Argentina), cita un pasaje portentoso de La tempestad de Shakespeare para hablar de esa renuncia wagneriana:

“Pero aquí abjuro de mi negra magia; y cuando haya conseguido una música celeste, como ahora reclamo, para que el hechizo aéreo obre según mis fines sobre los sentidos de esos hombres, romperé mi varita mágica, la sepultaré muchas brazas bajo tierra, y a una profundidad mayor de la que pueda alcanzar la sonda, sumergiré mi libro”.

El brujo que nació en Leipzig en 1813, ha marcado la historia de la civilización occidental, no siempre para bien, pero no se puede eximir a algunos de los intérpretes -sobre todo políticos- de la responsabilidad de querer hacer la vida mejor que el arte.

Particularmente con Parsifal, tras atravesar con la mitología escandinavo-germánica y caballeresca el mundo de amores imposibles hasta la muerte con Tristan e Isolda; de excesos, avaricia y voluntad de poder con Der ring des nibelungen; de definiciones estéticas que rozan lo explícitamente nacionalista (Die Meistersinger von Nürnberg), se llega al festival escénico-sagrado que funciona como un nuevo amanecer, con la vuelta a cierto cristianismo anegado de ideas y arquetipos budistas de la renunciación que han llegado vía Schopenhauer, el filósofo favorito de Wagner tras su rompimiento con Nietszche. Deja de ser un mundo de poder para transformarse en un mundo de compasión, que pretende tener basado en los sistemas de creencias de la era axial, como le gustaba denominar al filósofo belga Karl Jaspers a los tiempos que van de Buda y Zoroastro a Jesucristo.

Mucha tinta y polémica ha corrido en torno a Parsifal. Visiones agudas, críticas profundas, pero también ignorancia y mala fe. Hay un interesante análisis sobre la temática sexual, homoerótica, de los personajes centrales, que cuando se aborda con seriedad, es iluminador. Recomiendo ampliamente el texto de Rafael Fernández de Larrinoa, en un blog imperdible que se llama Las tres edades de la música occidental. Muy útil para desterrar el tabú y ponderar que es posible que Wagner estableciera una dignificación de un sentimiento y una forma de amor “que no puede decir su nombre” (André Gide) que recorre como savia tóxica y subversiva la historia de occidente, la civilización contradictoria donde el cuerpo es divinizado como misterio carnal (la resurrección en el final de los tiempos) y sin embargo, el expediente de su negación es tan potente y pecaminoso que roza la herejía, con todo lo que implica eso en una cosmovisión monoteísta y rigurosamente controlada por una clase sacerdotal (ver https://bustena.wordpress.com/…/parsifal-el-loco-puro…/).

Tampoco hay que omitir que el tema del homoerotismo es una hipótesis un tanto extemporánea. La discusión del celibato es casi tan vieja como el cristianismo, mucho antes de la era victoriana tras la cual, Freud definió la “histeria” como el efecto de la represión universalmente sexual, y en consecuencia al enorme éxito de su interpretación de la psique humana, se construyó la sociedad hipersexualizada en la que vivimos. Nuevamente : la opción por la castidad como pureza no es privativa del catolicismo; hay importantes ideas y prácticas que llegan de los mundos brahamánicos (budistas sobre todo, pero también hinduístas).

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5. WAGNER EN MANAOS Y EN LEÓN. Hemos solo tocado un tema inagotable. El Parsifal de Sergio Vela ha resultado una presentación sobria y con vestimentas intemporales, lo que le permite ser fiel al texto sin tener que apelar a los complejos aparatos de representación del siglo XIX. También marcan una voluntad que se agradece de no querer quedar bien con las agendas políticas revisionistas del arte del pasado.

“Por mis propias preferencias estéticas, tiendo a la formalización del hecho escénico, a la abstracción y a la austeridad”, señala Sergio Vela en el texto de presentación de la premier wagneriana de abril. “Parsifal es una figura arquetípica, y nos es dable valernos de los arquetipos para explicar nuestra condición humana. Entre las virtudes más encomiables del hombre están la misericordia y la compasión”, añade, para dar más luces a su concepto de la presentación. El artista hizo hace once años una primera representación de Parsifal en un lugar impensable del Brasil salvaje, que remite casi literalmente a esa centenaria locura humana por enmendarle la plana a la naturaleza -citemos a Nietzsche-: “hollas las selvas vírgenes con tus labios sensuales, bello y saludable como el pecado” (Así hablaba Zaratustra). Grandeza y miseria, la historia de la industria de la resina de la goma y su prosperidad precaria y desigual en la cuenca del río Amazonas deja hoy en la ciudad de Manaos un largo abandono y un magnífico teatro de ópera en el corazón de ríos indómitos: el teatro Amazonas (1896), una suerte de promesa de regreso a un paraíso primordial, pero en realidad, el fracaso de los proyectos humanos cuando se desbordan hasta las riberas de la utopía .

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Qué lugar más magnífico para ofrecer una obra del calado de Parsifal.

La presentación de León, en la sala principal del Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña, es una revisión de esa versión de hace una década. El director concertador Guido Maria Guida, los coros Juvenil del Conservatorio de Celaya y del Valle de Señora, y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, han dejado una versión que no le pide nada en calidad musical, vocal y escénica a otros grandes escenarios del mundo, para lo cual fue esencial el trabajo del equipo de Vela: Violeta Rojas, vestuario; Ruby Tagle, movimiento y coreografía; Ghiju Díaz de León, proyecciones; Juliana Vanscoit, producción ejecutiva; Iván Cervantes, diseño escenotécnico y coordinación técnica; Ilka Monforte, maquillaje; Jaime Castro Pineda, director coral, e Itzia Zerón, asistente de dirección.

Hemos gozado a Parsifal en la voz del tenor búlgaro Martin Iliev; a una portentosa Kundry en la mezzosoprano australiana Fiona Craig; a un magnífico Gurnemaz en el barítono nacido en Buenos Aires, Argentina, Hernán Iturralde; y luego vienen los intérpretes mexicanos: el atribulado Amfortas ha sido interpretado con la profundidad dramática que demanda el papel por el barítono Jorge Lagunes; al siniestro Klingsor, por el barítono bajo Óscar Velázquez, y el anciano Titurel, por el bajo José Luis Reynoso.

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Vale la pena consignar que la primera cita, a la que asistimos, no exhibió un teatro lleno. Una nota que revela no solo la falta de cultura para ver ópera que arrastramos en México, sino el desinterés de autoridades culturales y educativas por cambiarlo. Así es como, dice Sergio Vela, se llega a la conclusión de que “hacer ópera es, en términos generales, una extravagancia”. Y más en México.

Las fotografías son cortesía del Liber Festival de León, Guanajuato, abril de 2024.


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