Es común la creencia de que la muerte humana tiene un significado más enigmático y complejo que la de los demás animales no humanos. La muerte de estos es, para la mayoría de las personas, un mero hecho biológico.
Se ha intentado por siglos indagar en el sentido de la muerte humana a partir del supuesto de que somos poseedores de algo totalmente distinto y ajeno a las demás especies animales: un alma inmortal.
Más allá de cuestiones metafísicas que suponen la trascendencia humana, o que surgen, como bien los pensó David Hume “en la vanidad humana que quisiera penetrar en cuestiones absolutamente
inaccesibles al entendimiento” (2004, p. 41), es una realidad que todos los animales humanos y no humanos tenemos límites espaciales y temporales.
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La muerte para todos es el fin de la vida en un tiempo y en un lugar. Los procesos bio-químicos vinculados a la muerte funcionan de igual forma en humanos y no humanos. La muerte sobreviene cuando un sistema u órgano vital falla (el sistema circulatorio, respiratorio, el corazón, cerebro o
pulmones).
Ningún científico serio dudaría en aceptar que existen similitudes físico-químicas fisiológicas o anatómicas entre diversos animales, incluidos los humanos. Más aun, como bien lo mostraron los neurocientíficos firmantes de la Declaración de Cambridge, los animales no humanos también poseen sustratos neurológicos necesarios para generar conciencia.
Todas estas similitudes se esclarecen a partir de los procesos evolutivos explicados a través de la analogía, que se da cuando animales distantes evolucionan en la misma dirección de manera independiente.
Un ejemplo es el cuidado parental del pez disco, análogo de la crianza mamífera. Pero también a través de la homología que se refiere a los rasgos comparativos derivados de un ancestro común, por ejemplo, la mano humana es homóloga al ala de un murciélago, ambas derivan de un miembro ancestral común.
La prueba es que comparten los mismos huesos (De Waal, 2016, p. 90-91). Existen suficientes evidencias de las similitudes entre animales de todas las especies. Toda esta explicación sobre las similitudes animales es un buen fundamento para comprender porque otros no humanos experimentan o viven la muerte de manera similar a la nuestra.
Por ejemplo, los elefantes que se preocupan cuando otro muere, cuidan el cuerpo inerte ahuyentando a los carroñeros, lo entierran con hojarasca o paran su camino cuando reconocen a los cadáveres o restos de sus congéneres muertos.
Estas prácticas o comportamientos ante la muerte muestran que no es requisito fundamental la articulación lingüística sobre el fenómeno del deceso para experimentar y expresar estados subjetivos internos ante la pérdida de algún compañero animal.
La muerte como fin de la vida misma es una privación irreversible para cualquier animal, por lo que, quitar innecesaria, arbitraria o caprichosamente la vida a los animales no humanos, debería tener implicaciones morales y jurídica similares a las que se otorga cuando se arrebata la vida innecesaria, arbitraria o caprichosamente a cualquier humano.
Incluso en los casos de animales que se les ha causado sufrimiento continuo durante su estancia en este mundo -como los que se encuentran generalmente en las granjas industriales, laboratorios, zoológicos, etc.- se deberían generar agravantes para todos los responsables.
Bibliografía:
Declaración de Cambridge sobre la conciencia, 7 julio 2012, Cambridge University.
https://fcmconference.org/img/CambridgeDeclarationOnConsciousness.pdf
De Waal Franz, (2016), ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? México: TusQuets.
Hume David, (2004), Investigación sobre el entendimiento humano, España: Istmo
Muy interesante 😮 la muerte y las similitudes entre nosotros son todo un misterio, pero la conciencia crece con la ciencia y la ética también. Ya se va viendo que no somos tan diferentes a otros animales.