El reconocimiento mundial que tiene Lev Nikoláievich Tolstói, mejor conocido como León Tolstói, como uno de los más importantes representantes de la literatura se ha limitado a sus obras Guerra y Paz y Ana Kerenina.
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Sin embargo, sus ideales referentes a la vida, el anarquismo o la no violencia, fueron más allá de lo meramente humano y le permitieron escribir dos obras poco conocidas tituladas Placeres Crueles y Aforismos que abordan la cuestión animal.
El interés de Tolstói por cuestionar y denunciar el maltrato y matanza de animales fue y sigue siendo un desafió ante una sociedad que generalmente es indiferente al sufrimiento animal, principalmente aquel que se localiza en la producción de lo que comúnmente se considera comida: los cuerpos enteros o en pedazos de otros animales.
Tolstói visitó los mataderos de Tula (Rusia) y mostró las razones del por qué la matanza de animales y por consiguiente el consumo de sus cuerpos denominados socialmente como “carnes” era una acción injusta y cruel.
Sin duda, el cuadro sombrío dentro de los mataderos que Tolstói mostró en Placeres crueles sobre el proceso de la matanza, está impregnado de terror, angustia, dolor o miedo.
Como sucede hasta nuestros días, los animales siguen siendo obligados a entrar a este lugar, a los bueyes o vacas que observó Tolstói se les “arrastraba por medio de una cuerda atada a los cuernos, el animal oliendo la sangre, se resistía, mugía y retrocedía”.
Era común que los matarifes no acertaran el golpe para matar al animal y entonces “chorreando sangre -el animal- trataba de escapar de manos de los carniceros”, después de volver otros golpes y ser degollado el matarife “desollaba al animal que aún se movía” (Tolstói, 1902, p. 92) “Cinco minutos después, la cabeza negra era roja, y aquellos ojos que brillaban con tanta fuerza cinco minutos antes, aparecían vidriosos y apagados” (Tolstói, 1902, p. 95).
Es lamentable que esta escena se repita todos los días en millones de mataderos, para satisfacer un capricho innecesario, injusto y arbitrario: un placer cruel.
Seguramente para la mayoría de los lectores de Tolstói su postura ante la matanza de otros animales resulta radical, sin embargo, no lo es, pues su filantropía crítica no podía quedarse en ideales superficiales y grotescos que se atrincheran en un humanismo que acepta de buena gana lo mismo que rechaza: lo injusto, la crueldad o la matanza innecesaria.
Se comprende entonces que bajo este humanismo el precepto “no matarás” queda restringido bajo la creencia de que el “asesinato humano es un mal contrario a los principios más elementales de cualquier religión” (Tolstói, 2020, p. 88), sin embargo, desde el humanismo crítico Tolstói se atrevió a denunciar que “la gente no considera malo comer animales porque algunos falsos maestros les han asegurado que Dios permite a los hombres comer animales. Es falso […] a los animales, lo mismo que a las personas, hay que compadecerlos y no matarlos. Y todos lo sabríamos si no acalláramos la voz de nuestra conciencia” (Tolstói, 2022, p. 35).
Así el asesinato arbitrario es un mal que no solo atañe a las relaciones entre humano-humano, sino también entre humano-animal no humano. Quizás llegue el día que vislumbró Tolstói: uno en el que los humanos “se asombren de que sus abuelos mataran cotidianamente a millones de animales para
comérselos, pese a poder alimentarse sin matar, de forma sabrosa con los frutos de la tierra (Tolstói, 2022, p. 35).
Tolstói León, (1902) Placeres crueles, Barcelona: Maucci
Tolstói León, (2020) Confesión, E-Bookarama. Documento de Kindle.
Tolstói León, (2022) Aforismos, México: FCE.
El maltrato de los animales para consumo humano no es exclusivo de la ganadería a gran escala de nuestros tiempos, se remonta a siglos atrás. Pensadores como Tolstói, Da Vinci y Pitágoras ya lo habían señalado. Es solo cuestión de timpo para que la humanidad abandone estas crueles prácticas.
Lo que me llama la atención —y no solo por curiosidad— es que, aunque el vegetarianismo ha sido una práctica minoritaria a lo largo de la historia, algunas de las mentes más brillantes de la humanidad lo han adoptado. No estoy diciendo que la claridad de pensamiento de Tolstói, como de otras grandes mentes, dependa del vegetarianismo, pero sí me parece significativo que una reflexión profunda y honesta a menudo termine llevando a formas más auténticas de compasión.
La escena del matadero en Tula es especialmente potente. Por un lado, la leo desde una mirada casi anecdótica, filtrada por los ojos de Tolstói; pero por otro, se impone como una experiencia moral en bruto. ¿Quién no ha sentido que es precisamente en esos ojos que “brillaban con tanta fuerza”, donde las palabras sobran y los argumentos restan? Donde la ética parece insuficiente y, quizá, la compasión brota no tanto de la razón como del amor.
Recordé entonces aquella línea del Corán: “No hay animal que viva sobre la tierra, ni ser que vuele sobre sus alas, que no formen comunidades como vosotros” (6:38). Tal vez ahí esté la clave: en sabernos como los otros.
Como dijo Levinas: “el rostro es lo que me prohíbe matar”. Y a veces, ese rostro no es humano: tiene hocico, plumas o unos ojos que brillan con fuerza.