El teatro Degollado ha estado a tope este jueves pasado con un programa sinfónico totalmente francés. Sospecho que la pieza clave en esta convocatoria ha sido el famoso y magnífico Bolero, de Maurice Ravel, maestro que cumple este año 150 de su nacimiento. Pieza melódicamente simple, muy didáctica en el uso progresivo de los instrumentos en perenne crescendo hasta invadir, exultatante, rítmica y sensual, la sonoridad de que es capaz la orquesta con un sonido total. No es, en modo alguno, sencillo de interpretar, pero su inmensa popularidad ha servido de enganche para las otras partes del concierto: una sinfonía juvenil, muy clásica y melancólica, con algunos avisos del futuro George Bizet, el genio que nos regaló en Carmen y La Arlesiana algo de la.mejor música francesa del siglo XIX.
Y, en medio, la potente interpretación de las Notaciones (Notations) de Pierre Boulez, de quién festejamos su centenario de vida. Un músico tan incomprendido como buena parte de la música heredera de la escuela de Viena, que rompe con la tonalidad tradicional y se aventura por las tortuosas veredas del atonalismo. La enérgica y bien ejecutada serie de cinco piezas con 120 instrumentistas fue el estreno de la noche para la historia musical mexicana, aunque el desconcierto de muchos asistentes fue tal, que apenas interrumpieron (pésima costumbre extraída de conciertos de música pop) los espacios de silencio entre cada segmento con los habituales aplausos que consideran el indispensable pago a músicos concentrados en partituras complejas.
Mañana será la segunda oportunidad de escuchar el programa galo en el recinto histórico del centro de Guadalajara. Es de presumirse que nuevamente habrá lleno. El acierto es del director artístico, José Luis Castillo, que poco a poco aumenta el gusto musical tan escueto de esta plaza, con programas entremezclados con grandes hitos de la historia de la música.