En pleno siglo XXI, una época definida por la aceleración tecnológica y el acceso casi ilimitado a la información, la masonería se mantiene como una de las organizaciones más enigmáticas y, para muchos, controvertidas.
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La fascinación que la envuelve, alimentada por un supuesto misticismo y simbolismo ancestral, contrasta fuertemente con la realidad de un mundo que exige transparencia, objetividad y resultados tangibles.
La idea de que una logia secreta tiene la clave del conocimiento o el poder se percibe, cada vez más, como un anacronismo en la era de la Inteligencia Artificial (IA) y la investigación científica.
La noción de que sus miembros son parte de un selecto grupo con acceso a verdades ocultas se ha desvanecido, dando paso a una crítica que ve a la masonería como una ideología que, en esencia, “vende humo”.
¿Qué es Anacrónico?
El término anacrónico se refiere a algo que está fuera de su tiempo, que no concuerda con la época en la que se presenta. Proviene del griego anachronismós, que significa “fuera de tiempo”. Aplicado a la masonería, el término describe una ideología y un conjunto de prácticas que pertenecen a una era pasada y que, por lo tanto, no se alinean con los valores y la dinámica del mundo moderno.
En la era de la información, el secretismo masónico, los rituales antiguos y la promesa de conocimiento oculto se consideran anacronismos, reliquias de un pasado donde el acceso a la educación y a las redes de influencia estaba restringido a unos pocos. Hoy, en un mundo interconectado por la tecnología, estas prácticas no solo son irrelevantes, sino que se perciben como un obstáculo para el progreso.
La Falacia del Ojo que Todo lo Ve: Misticismo vs. Método Científico
El principal argumento para desmitificar a la masonería radica en la incongruencia entre su enfoque esotérico y la metodología de la era moderna. Mientras que los masones a menudo se envuelven en el simbolismo del “ojo que todo lo ve” y en rituales arcanos, el progreso real de la humanidad se basa en la investigación rigurosa.
En lugar de recurrir a la especulación o al conocimiento de élites, el mundo actual avanza a través de la investigación cuantitativa y cualitativa, el análisis de datos, el desarrollo de algoritmos y la aplicación de la lógica y la razón.
Un doctorado, por ejemplo, representa el pináculo del esfuerzo intelectual y metódico, donde se invierten años en la formulación de hipótesis, la recolección de pruebas y la publicación de hallazgos verificables. Este es el verdadero camino para desentrañar los misterios del universo y resolver los problemas sociales, a diferencia de los ritos y las jerarquías de una logia.
La IA, en particular, simboliza la antítesis del misticismo masónico. No se basa en el secreto, sino en la transparencia del código y la apertura de los datos. Los modelos de aprendizaje automático y las redes neuronales no son un “misterio” guardado bajo juramento, sino el resultado de años de colaboración abierta y libre de investigadores de todo el mundo.
La IA no requiere de un juramento de silencio para funcionar; requiere de datos, algoritmos y una comunidad científica global que avanza colectivamente. La idea de que una logia podría ofrecer una verdad más profunda que la que la ciencia y la tecnología nos dan a diario es, a todas luces, un concepto obsoleto.
La Falsa Promesa de la Iluminación: El “Humor” de los Grados Masónicos
La masonería se presenta a sí misma como un camino de perfeccionamiento personal, donde el adepto asciende a través de “grados” que supuestamente lo conducen a un mayor conocimiento y poder. Esta estructura, que culmina en el mítico grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, es el pilar de su supuesto misticismo y, al mismo tiempo, la mayor fuente de su crítica.
Lejos de ser un verdadero viaje hacia la iluminación, esta jerarquía puede ser vista como una estratagema para mantener la lealtad y el control sobre sus miembros.
La promesa de que se convertirán en “seres especiales” al alcanzar el máximo grado es una herramienta psicológica para retener a los iniciados, quienes invierten tiempo, esfuerzo y dinero en una búsqueda que, en la práctica, no los lleva a ninguna verdad trascendental que no pueda ser encontrada en una biblioteca o en un laboratorio. El misticismo, en este contexto, se convierte en una cortina de humo que disfraza la falta de un propósito significativo y verificable.
La narrativa de los grados masónicos como un camino hacia el misticismo y la sabiduría es particularmente susceptible de crítica en la era moderna. Se vende la idea de que a medida que un masón avanza, se le revelan verdades secretas y un conocimiento superior.
Sin embargo, la realidad para la mayoría de sus miembros es que estos “misterios” suelen ser simbolismos alegóricos y rituales que, si bien pueden tener un valor histórico o filosófico, no ofrecen el tipo de conocimiento práctico que se requiere para resolver los problemas del mundo real.
La noción de que el grado 33 convierte a alguien en un “ser especial” es una falacia que explota la vanidad humana y el deseo de trascendencia, sin ofrecer una base real para tal afirmación. Es un culto al secreto, donde la supuesta sabiduría se oculta detrás de un velo que en realidad no esconde nada.
El verdadero conocimiento y poder en el siglo XXI no se encuentran en los símbolos de un “ojo que todo lo ve” o en juramentos de lealtad a una logia. Se encuentran en la programación de la inteligencia artificial, en el análisis de grandes bases de datos, en la investigación genómica y en la comprensión de los complejos sistemas económicos globales.
En lugar de ser una “sociedad secreta” con las llaves del universo, la masonería se asemeja más a un club de aficionados a la historia con un alto grado de secretismo, que ya no encaja con los valores de transparencia, meritocracia y validación científica que rigen la sociedad contemporánea.
La idea de que sus miembros son parte de una élite oculta que controla el mundo es, a estas alturas, más una fantasía de conspiración que una realidad.
La supuesta “superioridad” que se otorga a quienes alcanzan los grados más altos es un claro ejemplo de la jerarquía artificial que se promueve dentro de la logia. No se basa en el mérito académico, la innovación tecnológica o la contribución social, sino en la obediencia a un conjunto de reglas y rituales internos.
Es una estructura que privilegia la antigüedad y la lealtad por encima del conocimiento real. En un mundo donde los premios Nobel, los genios de la tecnología y los líderes que realmente transforman la sociedad no necesitan pertenecer a una sociedad secreta para lograr sus objetivos, la masonería se ve obligada a justificar su existencia y su relevancia con un misticismo que, a la luz de la razón, se desmorona.
La Elección entre un Doctorado y la Masonería: La Búsqueda del Conocimiento Real
La elección entre cursar un doctorado y unirse a la masonería refleja dos enfoques fundamentalmente diferentes para alcanzar el conocimiento y el desarrollo personal. Mientras que la masonería se basa en la empírea y un supuesto “despertar de conciencia”, el doctorado se cimenta en la investigación metódica y la validación científica.
El doctorado es un camino riguroso que culmina en la defensa de una tesis, un documento que debe aportar una contribución original y verificable al campo del conocimiento. Para ello, el estudiante debe dominar métodos de investigación cualitativa y cuantitativa, análisis de datos y pensamiento crítico. Es un proceso transparente y evaluable por la comunidad académica global.
El valor de un doctorado va más allá del título. Es un entrenamiento en la objetividad y la disciplina intelectual. Un doctor aprende a dudar de las verdades preconcebidas, a formular preguntas precisas y a buscar respuestas basadas en evidencia, no en la fe o la intuición. Este proceso le enseña a discernir entre hechos y creencias, una habilidad crucial en el siglo XXI, donde la información falsa y el misticismo abundan.
Los conocimientos adquiridos son transferibles y aplicables en la vida real, ya sea en la academia, la industria o la política. Por el contrario, las “verdades” que se transmiten en la masonería, basadas en ritos y simbolismo, son de naturaleza subjetiva y no pueden ser verificadas, lo que las hace inútiles para la resolución de problemas complejos.
La promesa de un “despertar de conciencia” en la masonería, a menudo envuelta en un lenguaje místico, es una construcción social que busca generar un sentido de exclusividad y pertenencia. Sin embargo, no hay evidencia de que los rituales masónicos confieran una comprensión superior del universo o una habilidad especial para el pensamiento crítico. Es una experiencia personal que puede ser satisfactoria para algunos, pero no ofrece las herramientas intelectuales y metodológicas que un doctorado sí proporciona. La masonería opera en un espacio de creencia empírica, donde la verdad se descubre a través de la experiencia personal, mientras que el doctorado se basa en la validación universal, donde la verdad debe ser demostrada para ser aceptada por la comunidad científica.
En última instancia, la elección entre un doctorado y la masonería es la elección entre el conocimiento real y el conocimiento percibido.
Un doctorado garantiza una destreza extrema en un campo de estudio, lo que abre puertas a la innovación y a la contribución significativa a la sociedad. La masonería, en cambio, ofrece un sentido de pertenencia y una red de contactos, pero el conocimiento que se vende como místico es, en el mejor de los casos, un cúmulo de conceptos filosóficos y alegóricos que no resisten el escrutinio de la ciencia moderna.
En una era en la que el análisis de datos está redefiniendo el futuro, la inversión en un doctorado representa una apuesta por la razón, mientras que unirse a la masonería es un anacronismo.
La Crítica Social: ¿Logia de Élite o Círculo Social?
La crítica a la masonería también se extiende a su función social en la actualidad. Lo que una vez pudo haber sido un refugio para pensadores o un espacio de influencia política, hoy en día se percibe más como un círculo social de élite o, en el mejor de los casos, una fraternidad con fines benéficos.
El secretismo que la rodea ha sido reemplazado por la sospecha, y el supuesto poder de sus miembros se ve diluido en un sistema político y económico global mucho más complejo y transparente. Mientras que un doctorado ofrece credenciales verificables y un impacto medible a través de publicaciones y patentes, la pertenencia a una logia masónica no ofrece una credencial equiparable en el mercado laboral o en la arena del conocimiento.
En una sociedad que valora la meritocracia, la colaboración abierta y el acceso equitativo a la información, la masonería se presenta como una reliquia del pasado.
En lugar de ser un camino hacia la iluminación, es vista por muchos como una organización que capitaliza el deseo humano de pertenencia y de sentirse parte de algo especial, vendiendo la idea de un conocimiento o poder que en la práctica no es más que una red de contactos.
En una época en la que cualquier persona con acceso a internet puede investigar y aprender casi cualquier cosa, la idea de que la verdad se encuentra en un salón ceremonial y no en una biblioteca o un laboratorio es simplemente insostenible.
En conclusión, la masonería, con su énfasis en el secretismo, los grados y el simbolismo, se enfrenta a una crítica contundente en la era de la información. La promesa de que sus miembros, en particular aquellos que alcanzan el grado 33, se vuelven “seres especiales” es un claro ejemplo de la ideología que “vende humo”.
En lugar de ofrecer un camino genuino hacia la sabiduría o el poder, la masonería parece capitalizar el deseo humano de pertenencia a un grupo exclusivo, utilizando un lenguaje arcaico y rituales que, en última instancia, no ofrecen respuestas reales a los desafíos del siglo XXI.
El verdadero poder y conocimiento se encuentran en la ciencia, la tecnología y la investigación abierta, no en las logias envueltas en un misticismo anacrónico.