“Que los perros ladren, Sancho, es señal de que avanzamos”. A pesar de que esta frase resuena en el imaginario popular como una de las máximas del ingenioso hidalgo, Miguel de Cervantes Saavedra jamás la plasmó en las páginas de El Quijote. Este aforismo, erróneamente atribuido al genio de las letras españolas, tiene en realidad un origen mucho más complejo y un recorrido que se extiende por siglos.

¿De dónde salió la frase?
Su origen más reconocido se remonta al poema “Kläffer” (Labrador), publicado en 1808 por el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe. En sus versos, el autor describe una cabalgata en la que los jinetes, a pesar de los constantes ladridos de los perros, continúan su camino sin detenerse. El poema concluye con la reveladora línea: “Mas sus estridentes ladridos solo son señal de que cabalgamos”.

Más de un siglo después, la frase ganó una nueva vida de la mano del poeta nicaragüense Rubén Darío. Para defenderse de las críticas y los ataques que recibía, Darío popularizó la frase “Deja que los perros ladren, Sancho, es señal de que avanzamos”. Se cree que, como gran lector, el poeta unió la idea del poema de Goethe con el espíritu de la obra de Cervantes, creando una poderosa metáfora. Esta atribución, publicada en un artículo en 1916, se volvió una respuesta recurrente de Darío a quienes lo menospreciaban por su origen mestizo.

Una memoria colectiva que no es historia
La frase también encuentra ecos en antiguos dichos populares, como el proverbio turco “Los perros ladran, pero la caravana avanza”, o una sentencia griega que afirma que la gente de éxito siempre atrae a enemigos que, como perros, los siguen y ladran. Estas ideas refuerzan la noción central del aforismo: las críticas y los comentarios negativos no deben ser un obstáculo, sino una señal de que se está progresando y que las acciones están generando un impacto.

Entonces, ¿cuándo y por qué el refrán se le adjudicó a Cervantes? No existe una respuesta exacta. Su arraigo en la memoria colectiva es tan profundo que la ficción se convirtió en un hecho aceptado por el público. Este fenómeno nos recuerda que la memoria colectiva no siempre es un registro fiel de la historia, sino, en muchas ocasiones, una amalgama de anécdotas, leyendas y atribuciones populares que se transmiten de generación en generación.