mié. Nov 19th, 2025
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París, 1929. En los “felices veinte” de la capital francesa, un insólito encuentro de boxeo no solo dejó a uno de sus protagonistas en la lona, sino que también asestó un golpe demoledor a una de las amistades más célebres de la literatura contemporánea: la de Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald.

El tercer hombre en este “triángulo de hierro” fue el escritor canadiense Morley Callaghan, un viejo compañero de Hemingway en el periódico Toronto Star, a quien “Papa” había invitado a París.

El Origen de la Rivalidad
La génesis del combate fue casual. Durante la visita de Callaghan, Hemingway, un conocido entusiasta del boxeo, le preguntó a su amigo si alguna vez había guanteado. Al recibir un “sí” por respuesta, el autor de Adiós a las armas no esperó: sacó un par de guantes y exigió una prueba de destreza.
“Solo quería saber si habías boxeado”, concluyó Hemingway, “Puedo ver que lo has hecho”.

Lo que comenzó como un sparring amistoso pronto se convirtió en un entrenamiento regular en el American Club. La atmósfera cambió con la llegada de Fitzgerald, el aclamado autor de El Gran Gatsby, quien se unió al grupo, admirado por las habilidades de Hemingway.

Fue en una tarde de verano cuando se orquestó el “Gran Encuentro”. Hemingway, convencido de su superioridad, le entregó su reloj a Fitzgerald y lo designó cronometrador, pactando asaltos de tres minutos.

La Caída de “Papa”
El primer round transcurrió sin incidentes, como cualquier sesión de entrenamiento. Sin embargo, en el segundo, la narrativa dio un giro dramático.
Según relató el propio Callaghan, Hemingway se volvió descuidado y recibió un impacto en la boca. Su labio comenzó a sangrar.

“Luego Ernest, limpiándose la sangre del labio con los guantes, y probablemente descuidado por la exasperación y humillación de tener a Scott ahí, se acercó de un brinco hacia mí. Adelantándome, lo conecté primero. Le di un fuerte golpe en la barbilla; se fue al suelo dando la vuelta y cayó tendido de espaldas”.

El knockout fue instantáneo. Lo que sucedió a continuación convirtió el evento en leyenda.

“¡Por Dios!”: El Error de Fitzgerald
Mientras Hemingway yacía en la lona, Fitzgerald, el cronometrador, soltó un grito de pánico: se dio cuenta de que el asalto había durado un minuto extra. El cansancio de un round excesivamente largo, no la habilidad pura de Callaghan, podría haber sido la causa de la caída.

La reacción de Hemingway fue la de un toro herido:
“‘¡Por Dios!’, gritó Ernest. Se levantó. […] ‘Está bien, Scott’, dijo Ernest salvajemente, ‘si quieres ver que me partan la cara, tan solo dilo. Pero luego no digas que lo hiciste por error'”.
Para Hemingway, el acto no fue un error, sino una traición deliberada de Fitzgerald para verlo humillado.

Las Consecuencias de la Ira
A pesar de las posteriores excusas, Hemingway nunca perdonó a ninguno de los dos.
Su amistad con Fitzgerald se rompió ese día, sentando las bases de la tensión que definiría el resto de su relación.Su lazo con Callaghan se volvió irremediablemente tenso.

Años más tarde, Hemingway, siempre propenso a la mitificación, aseguraría que aquel fatídico asalto duró trece minutos y que él había bebido varias botellas de vino antes de subir a pelear, un último intento por reescribir la historia del día que un escritor canadiense lo envió a la lona con F. Scott Fitzgerald como testigo y cronometrador fallido.


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Por Vish Fernandez

Columnista en portal de noticias de Guadalajara y CDMX. Gestor cultural, ganador de reconocimientos locales, nacionales e internacionales y promotor de la lectura.

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