lun. Dic 22nd, 2025
La infancia que salva a México: niñas, niños y adolescentes en la FIL
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En medio del bullicio de la FIL, entre pabellones multicolores, risas, cuentos y títeres, ocurre algo que rara vez ocupa titulares: niñas y niños aprendiendo a leer el mundo antes de que el mundo los hiera. Mientras los adultos discutimos presupuestos, elecciones y crisis, ellos entran a un territorio donde la imaginación es refugio y ejercicio cívico.

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En un país atravesado por la violencia estructural, los espacios infantiles de la FIL no son entretenimiento: son infraestructura de prevención. Son políticas públicas que funcionan, aunque no se nombren como tales. Son, quizá, la apuesta más seria que tiene México para construir paz a largo plazo.

La lectura temprana tiene un impacto comprobado en el desarrollo emocional y cognitivo. No es un eslogan; es evidencia. La OCDE ha señalado que las niñas y niños que leen por placer desarrollan mejor comprensión del entorno, mayor empatía y habilidades socioemocionales que disminuyen la probabilidad de participar en dinámicas violentas durante la adolescencia.

En la FIL, la lectura no es un acto solitario. Es una experiencia colectiva: padres leyendo a sus hijos, maestros guiando grupos escolares, voluntarios contando historias, autores conversando con niñas y niños que formulan preguntas que desarman cualquier cinismo adulto. En un país donde el miedo es cotidiano, estos espacios ofrecen lo contrario: confianza.

El contraste es doloroso. Mientras millones de pesos se gastan cada sexenio en estrategias de seguridad que rara vez modifican las causas profundas de la violencia, un cuentacuentos en la FIL logra lo que muchos programas no consiguen: generar pensamiento crítico, escucha mutua y reconocimiento del otro. Eso también es prevención del delito, aunque no aparezca en ningún plan nacional.

La FIL Infantil y Juvenil es, de facto, una política de educación para la paz. No porque lo diga un documento oficial, sino porque ahí se practican tres elementos clave de una cultura pacífica: la palabra como herramienta de resolución de conflictos; la capacidad de imaginar alternativas al entorno violento; y la convivencia segura entre personas diversas.

En Jalisco, estas prácticas son urgentes. La violencia no solo se expresa en cifras: se expresa en escuelas que reproducen estigmas, familias fragmentadas por la inseguridad y comunidades sin espacios públicos seguros.

En ese contexto, un pabellón infantil lleno de colores parece simple, pero es profundamente político: ofrece un modelo de socialización distinto, uno basado en la ternura, la escucha y la creatividad.

México tiene una deuda con su infancia. La omisión también es una forma de violencia. Mientras se discuten reformas judiciales, la realidad es que una niña que entra a un taller de ilustración o a una obra de teatro en la FIL recibe más herramientas para la vida democrática que muchos procesos cívicos oficiales.

El país está lejos de ser una potencia lectora. Según la última Encuesta Nacional de Lectura y Escritura, más del 40% de las personas adultas no leyó un solo libro el último año. Entre niñas y niños, la situación es igualmente alarmante: el acceso desigual a libros, la falta de bibliotecas escolares y la precarización docente han profundizado brechas que también son de futuro.

En contraste, la FIL rompe esa estadística durante nueve días: miles de niñas y niños tienen acceso a libros nuevos, actividades lúdicas, ciencia para infancias, museos interactivos y talleres que rara vez existen en sus colonias. Ese acceso debería ser la norma, no la excepción.

Si México entendiera el poder transformador de la lectura infantil, invertiría en ello con la misma seriedad con la que invierte en infraestructura física. Porque la lectura crea otra infraestructura: la del pensamiento.

Hay una escena que resume este país posible: una niña de ocho años, sentada en el piso de un auditorio, levantando la mano para preguntar a una escritora, si los monstruos de su cuento pueden cambiar si alguien los escucha. Esa pregunta es un tratado de filosofía política. El monstruo es metáfora: la violencia, el miedo, la injusticia, y, la escucha es la herramienta que el Estado no ha aprendido a ejercer.

La FIL Infantil, no solo es un espacio bonito dentro de una feria gigantesca. Es un recordatorio de que este país todavía tiene posibilidades.


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Por Edith Roque Huerta

Abogada, Doctora en Derecho, Profesora e Investigadora, Traductora Jurídica, Mediadora Certificada. Twitter: @eroqueh

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