mar. Sep 2nd, 2025
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El final del verano trajo dos espléndidos -y diversos- conciertos de la Orquesta de Cámara Higinio Ruvalcaba, cuyo medio siglo de tradición bajo el patrocinio de la Universidad de Guadalajara la coloca como un conjunto experimentado y altamente experimental: puede atravesar las ásperas praderas de un país abstracto con las disonancias de Hindemith; las rocosas montañas del centro de Europa con la fuerte herencia folclórica de Leoš Janáček; llegar a Austria, a esos efluvios de serena felicidad que siempre nos regala la música pura de Haydin, y luego meterse audazmente a la música más programática que existe, con una gala de ópera que de paso, hizo despertar las nostalgias de una ciudad que perdió mucho cuando las temporadas del género lírico, usuales desaparecieron al final de los años ochenta.

Esa es una síntesis apretada de los programas seis y siete. El primero, ejecutado el 12 de julio en la sala 2 del conjunto Santander de Artes Escénicas, bajo la batuta de Sergio Ramírez Cárdenas, se denominó Idilio y danza, y fue dominado por las cuerdas: Cinco piezas para orquesta de cuerdas, op. 44, núm. 4, del austriaco Paul Hindemith, uno de los miembros de la triada de la escuela de Viena, que revolucionó la música al romper con la tradición tonal. Como ocurre con la plástica, el arte moderno busca la sublimidad en algunos sótanos del alma, en la aspereza real de la vida moderna, destructora de mitos y de tradiciones. Muy diferente es el camino que tomó su contemporáneo Leoš Janáček, heredero de la robusta música posromántica de Smetana y Dvórak, cribados por la experiencia de la polirritmia de Stravinsky, y bajo una ideología fuertemente nacionalista que preconiza que el arte de raíces populares permite vertebrar las nuevas naciones surgidas de la desintegración de las imperiales Alemania y Austria-Hungría.

En medio, ese remanso de belleza clásica de Franz Joseph Haydin, en su concierto para violonchelo y orquesta en do mayor (catálogo Hob. VIIb:1), que demandó los mejores recursos del violonchelista solista, Juan Uriel Ibarra González, largamente aplaudido por la concurrencia.

Mayor convocatoria era lógico esperar en la Gala de ópera. Y por eso se dispuso de la sala principal, Plácido Domingo, con un largo repertorio ejecutado por una orquesta robusta de casi 40 músicos, más cuatro solistas. No decpecionó. Fue la calidad de las interpretaciones, pero también, esa nostalgia por un espectáculo cultural que casi se ha perdido por completo para Guadalajara.

¿Por qué ya no se tienen temporadas de ópera en esta ciudad? Tomemos la historia a partir de 1968, cuando “la organización Conciertos Guadalajara se convirtió en la principal gestora de la actividad operística del Teatro Degollado, y a partir de 1979 esa organización quedó en manos de Martha González de Hernández, y en 1980 inició su etapa más prolífica, programando entre tres y seis producciones por año, con elencos que incluían a algunos de los mejores cantantes mexicanos y extranjeros del momento”, señala el sitio https://proopera.org.mx/contenido/ensayos/guadalajara-historia-de-amor/.

Agrega: “la remodelación del teatro entre los años 1987 y 1989 interrumpió las temporadas de ópera, que se reanudaron en 1990 de nuevo con Lucia di Lammermoor, esta vez interpretada por la soprano estadounidense Winifred Brown Fox y el tenor mexicano Miguel Cortez. A partir de ese momento las producciones de ópera se redujeron a dos o tres (máximo) por año. En 2008, Conciertos Guadalajara dejó de programar temporadas de ópera”.

El programa de este pasado 23 de agosto colmó en parte las nostalgias. Fue un repertorio predominantemente italiano (Rosinni, Verdi, Puccini, Mascagni), salpicado de franceses (Bizet, Thomas, Massenet), presentado por México Ópera Studio, la Orquesta Higinio Ruvalcaba
y la Orquesta Solistas de América, que suele ser convocada en ejecuciones de gran envergadura para el programa de música de la UdeG. Alejandro Miyaki en la batuta, y los solistas Fernanda Allande, soprano; Itzel Jáuregui, mezzosoprano; Eduardo Niave, tenor, y Carlos Reynoso, barítono, estuvieron en los principales papeles de este concierto escénico.

Se interpretaron algunas favoritas del público, como Près de remparts de Seville, de Carmen (Bizet), Largo al factotum, de El Barbero de Sevilla (Rossini), Nessum dorma, de Turandot y Tu, tu, amore, tu, de Manon Lescaut (ambas, de Puccini). Y de regalo, fuera del programa, el inolvidable brindis, Libiamo, ne’ lieti calici, de La Traviata, de Verdi.

Un teatro Plácido Domingo lleno, y la esperanza de que este espectáculo, tan portentoso, magnífico y caro, regrese de manera periódica. Las entidades culturales de Jalisco tienen la palabra.


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