jue. Oct 16th, 2025
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La mañana del 15 de octubre de 1917, en la Fortaleza de Vincennes, un pelotón de fusilamiento puso fin a la vida de Margaretha Zelle, la mujer que, bajo el nombre artístico de Mata Hari, se convirtió en leyenda y sinónimo de espía fatal.

Condenada por espionaje a favor de Alemania contra Francia, la bailarina holandesa pagó con su vida, mientras su personaje —creado para seducir a militares y poderosos— se elevaba a la categoría de mito.

Su ejecución, a los 41 años, cimentó la leyenda de una “mujer fatal” con una vida sexual desinhibida y sin prejuicios, que supuestamente usó sus encantos para obtener secretos de guerra. La frase que se le atribuye durante el juicio, “¿Una prostituta? Sí, pero una traidora, ¡nunca!”, encapsula su desafío y la dualidad de su imagen.

Pese a que el imaginario popular la sitúa por encima de espías de grandes logros como Virginia Hall o Vera Atkins, la verdad sobre su impacto real fue mucho menos glamurosa. Un siglo después, la desclasificación de documentos secretos reveló la fragilidad de las pruebas: Mata Hari no fue la maestra del espionaje que se pintó, y la información que manejó se limitaba a chismes e historias íntimas de oficiales franceses.

Estos archivos confirman que Margaretha Zelle era, en realidad, una agente doble de escasa relevancia. Su ejecución se debió, en gran parte, a que el ejército francés necesitaba un chivo expiatorio con gran resonancia mediática para desviar la atención de sus fracasos militares en la Primera Guerra Mundial. Su fama de bailarina exótica garantizaba el escándalo ideal.

Los últimos minutos de la cortesana, desde su traslado elegantemente vestida de la prisión de Saint Lazare hasta su negativa a ser vendada, han sido objeto de innumerables versiones novelescas. El mito cuenta que incluso se desprendió los botones de la blusa en un último, desafiante striptease ante sus ejecutores.

Sin embargo, el relato más fidedigno del periodista británico Henry Wales, testigo presencial, describe el instante final con una dignidad sombría: Mata Hari cayó “lenta, inerte, se acomodó de rodillas, con la cabeza siempre en alto y sin el menor cambio de expresión”. El tiro de gracia de un suboficial confirmó su muerte.

Así, la figura pública que ocultaba a una mujer forzada a abrirse camino sola en la vida fue sacrificada. Tras el fusilamiento, nació el mito de la espía fatal, un relato más conveniente y espectacular que la trágica historia de una mujer que, según la evidencia histórica, fue víctima de las intrigas bélicas y la necesidad política de culpar a alguien por la derrota.


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Por Vish Fernandez

Columnista en portal de noticias de Guadalajara y CDMX. Gestor cultural, ganador de reconocimientos locales, nacionales e internacionales y promotor de la lectura.

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