A propósito del 1 de mayo, Día Internacional del Trabajo, y a 138 años de la sentencia de Engels:
“La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer.
Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado.
El trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquél, un accesorio insignificante.
Esto demuestra ya que la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico”[1].
El trabajo doméstico ha sido y sigue siendo un trabajo desempeñado mayoritariamente por las mujeres, el cual debe mirarse desde la perspectiva de género y el enfoque interseccional.
Es decir, analizar desde la perspectiva histórica de las diferencias entre mujeres y hombres en relaciones de dominación–sometimiento, así como desde la posición de privilegio–opresión/resistencia partiendo de las distinciones de sexo, raza y clase.
El sistema heteropatriarcal ha permeado y con ello condicionado las formas de incorporación de las mujeres al sistema productivo a través de un discurso de dominación y privilegios, nos ha limitado en nuestro desarrollo y potencial personales.
Aunque la Organización Mundial del Trabajo considera el trabajo doméstico como atípico por sus características particulares en el “servicio y/o condiciones que se presta”, se desarrollan actividades que sí se encuentran dentro del mercado de trabajo (lavar, planchar, cocinar, limpiar, cuidas hijas e hijos y personas adultas mayores, por citar algunas).
Sin embargo, no existe a la fecha un reconocimiento jurídico de esa actividad.
Dicho lo anterior y pese a las condiciones de sistemática y profunda desigualdad histórica, el porcentaje de mujeres que contribuyen económicamente en el ingreso del hogar, según el número de hijos: Sin hijos: 47.3; Un hijo: 65.1; Dos o tres hijos: 63.4; Cuatro o más: 62.4[2].
Engels, con estas cifras reafirmaría: el hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario.
[1] Engels, F. (2006). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Fundación Federico Engels.
[2] INEGI. (2021). Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares (ENIGH)