Hace algunos días circuló la noticia de que la jinete inglesa Charlotte Dujardin quedó fuera de los Juegos Olímpicos de París 2024, por maltrato a un caballo. La indignación social no se hizo esperar en redes sociales.
Esta práctica “deportiva” en la que los caballos son obligados a aprender rutinas y movimientos totalmente ajenos a su comportamiento, tiene como base toda una historia de normalización y justificación del uso y abuso de estos.
La doma de caballos para diversas actividades humanas ha sido una constante en la historia. Los caballos fueron de los primeros medios de transporte y carga. Posteriormente fueron y han sido utilizados para otras actividades: guerras, consumo de carne, entretenimiento, terapia o deporte.
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La domesticación de estos animales solo es posible al imponerles nuestros intereses por encima de los de ellos. Por lo común, las personas creen que, al obedecer a sus amos, los caballos fueron “creados” para servir a los humanos y por tanto no se ve que tengan intereses propios.
Para que cualquier animal pueda desarrollar sus intereses debe estar en libertad, decidir sobre su propia vida.
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El concepto de domesticación proviene de domesticus que significa “parte de la casa” y la casa es propiedad del dominus esto es “del dueño, propietario soberano, amo” (Pimentel, 2009,p. 240)
De esta forma se entiende que los caballos al ser domesticados, al ser parte de la casa del amo tenían una
función específica.
Si bien en algún momento de la historia, la domesticación pudo haber surgido bajo una supuesta simbiosis, esto es un mutuo beneficio, es evidente que el uso de caballos en la actualidad, principalmente dentro de las sociedades industriales capitalistas es un mero capricho humano.
Los equinos desde tiempos antiguos fueron forzados a participar en las guerras, debido a que, con estos, era posible cubrir distancias mayores, atacar por sorpresa y huir antes de que acudieran los refuerzos contrarios.
“Fue notable la combinación de caballería e infantería en los usos militares de Alejandro Magno y, tanto en la época republicana como en la imperial romana (García, 2023, p.143). En la Edad Media el caballo fue un arma de guerra, pero también un símbolo social: la caballería se convierte en el seno de los grupos sociales dirigentes, poseedores de honor y señorío (García, 2023, p. 146).
Esta concepción de los caballos estaba basada en la creencia de que eran de “entre todas las bestias la más bella, la más ágil y que con más nobleza puede sostener el trabajo; pues debía ser la más conveniente para el servicio del hombre” (Lulio, primera parte, 3).
Incluso la hípica surgió en Grecia en los antiguos juegos olímpicos y era practicada solo por los hombres libres, es decir por los dominantes.
Parece que este hecho ha cambiado poco, pues hoy en día la hípica continúa siendo un espectáculo promovido por las clases dominantes quienes pueden comprar y/o mantener a un caballo de “pura sangre” o de raza.
Se nos hace “normal” ver a estos animales con sillas, espuelas, riendas, embocaduras y un humano encima. De ahí que no cuestionemos el uso de todos estos artefactos como formas de maltrato animal. Pero para tomar conciencia de ello, hay que enterarse de la historia.
Para normalizar a estos artefactos se les dotó de signos de dominio. Por ejemplo, las espuelas se emparentan con la diligencia y el peritaje, la silla con la seguridad de ánimo y cargo de caballería, el mismo caballo es signo de nobleza y valor, para que el jinete sea visto visto desde lejos y tenga más “cosas” debajo de sí (Lulio, tercera parte, 4).
Estas mitologías de los poderosos se pueden desechar con conocimiento. Se ha demostrado que el bocado o freno, que es el hierro puesto en la boca del caballo, que funciona para trasmitir a través de las riendas los mandatos del jinete, es un artefacto que causa lesiones frecuentes como mordeduras en el espacio interdental, la lengua, las comisuras, la mucosa bucal, laceraciones o cortes, desgarros, úlceras o
inflamaciones, así lo expone Gamonal experta en équidos (Arana, 2024).
Quisiera exponer más ejemplos, pero se me acaba el espacio. Termino la reflexión diciendo que el maltrato animal, en este caso a caballos, no tiene que ser tan explícito como los latigazos propinados
por la aristócrata Charlotte Dujardin a su equino, habrá que indagar las formas ocultas de estos, incluso tener en cuenta que estos animales “no gritan ni expresan dolor, para no alterar a los depredadores” (Arana, 2024) por lo que su maltrato puede estar mucho más oculto de lo que comúnmente se piensa.
Bibliografía:
Arana Lucia, (2024) El hierro en la boca de los caballos, El caballo de Nietzsche.
Consultado en: https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/caballos-derechos-animales-maltrato-animal_132_11454113.html
Argulló Noelia et al, (sf), “Realización de uniformes para calandrieros en la ciudad de Guadalajara. La moda acompañado el cambio, un nuevo reto con tradición histórica”.
Lulio Raimundo, (sf), Libro del orden de caballería; príncipes y juglares. Consultado en:
http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/9f080e677_Llull,%20Ramon%20%20Libro%20del%20Orden%20de%20Caballeria%20Principes%20y%20Juglares.pdf
García Fitz, (2023) “El caballo: De arma de guerra a símbolo social”, Cuadernos del CEMYR, 31, pp. 139-164.
Pimentel Julio, (2009) Diccionario Latín-Español, Español-Latín, México: Porrúa.
Muy interesante artículo, como siempre, Nely. Gracias por visibilizar que el trato a los equinos, dentro y fuera de los juegos olímpicos, es en realidad un injusto y reprobable maltrato.
Tan breve como oportuna la reflexión, necesaria para preguntarnos no por la excepcionalidad del hecho, sino por lo común de joder a los equinos en prácticas de explotación menos aristocráticas.
Que tristeza que en este siglo los humanos seguimos lastimando a los seres no humanos, solo por capricho de nuestro bienestar.
Gracias por la información que proporcionas.
Muy esclarecedor e integral el artículo para comprender de dónde viene esta competencia de “humanos” que compiten usando otras piernas que no son de ellos y en contra de la voluntad de los caballos, quienes no quieren competir.