Como cualquier organismo vivo, la Zona Metropolitana de Guadalajara padece los excesos de quienes la han administrado, la ausencia de disciplina, de planeación y la intervención interesada de los mercaderes de la vivienda.
Los gobiernos responsables de conducir de manera ordenada el desarrollo y crecimiento de las poblaciones, las han puesto en manos de quienes solamente buscan utilidades.
A la ciudad le han ido colapsando sus órganos, primero los servicios como seguridad pública y agua.
Después la afectó el daño a sus partes vitales, los recursos naturales que han sido devorados por el apetito insaciable de los depredadores humanos.
La contaminación de tierra, agua y aire son consecuencia de políticas insostenibles para la vida humana.
Guadalajara fue la primera población en ser afectada, se convirtió en un desafío para las administraciones municipales de los últimos periodos.
Sobre todo, a partir de la alternancia de1995, en que Acción Nacional obtuvo la administración. Hasta ese periodo con una visión provinciana y tradicional, el objetivo había sido mantener los servicios y la identidad criolla, con toda la carga cultural, anímica y psicológica que contenía.
Si bien cada administración le imprimió su sello personal, el objetivo central no se perdía, aunque con mayor éxito unas que otras.
Se manifestaba el trato personal en quienes laboraban en la administración, como en la forma de atender los servicios.
En tanto que los barrios mantenían su personalidad propia y definida, acaso sin saberlo, impresa desde la creación de la ciudad, a partir de los asentamientos indígenas.
Hasta el final de la década de los ochenta se mantuvieron como valores prioritarios los de la cultura de la ciudad, considerando sus personajes icónicos y sus edificios históricos, así como la conservación de la vida comunitaria.
Predominaba el espíritu de la ciudad en las manifestaciones que promovía la administración y permanecía así en el subconsciente colectivo la cultura tapatía, interpretada como los valores de sus habitantes.
Se generaba además, de esa manera a través de la identidad la cohesión social.
Fue característica predominantes el cultivo de la flor. Se conserva aún en la memoria de la ciudad el aroma de los azahares de naranjo, de las huertas del convento de El Carmen.
Así como el cultivo en los camellones de las avenidas con plantas de rosal, en la década de los sesenta, destacadamente en la Calzada Independencia.
La vocación más evidente de la ciudad ha sido mantener y acrecentar su masa arbórea, lo que se aprecia en las zonas antiguas.
La última reforestación sistemática, incluso con plantas que no siempre eran adecuadas para zonas urbanas, fue en la segunda mitad de los ochenta, programa que abarcó por simpatía toda la zona metropolitana, incluyendo el entonces lejano municipio de Tlajomulco.
En lo referente a los estudios de la ciudad no hay especializados sobre sus comportamientos sociales y antropológicos, vaya, ni tan siquiera históricos, en realidad son recopilaciones de información.
Lo que los editores destacadamente oficiales, han reproducido, son publicaciones tradicionales de descripción anecdótica y sin método.
La administración de la ciudad se enriqueció en las décadas cuarenta y cincuenta, con la creación de organismos de contenido ciudadano como el Consejo de Colaboración Municipal, éste era administrado por el sector privado.
Otro órgano que se generó fue la Vicepresidencia Municipal con designaciones de personajes del mundo empresarial, un interesante esquema de participación social en los asuntos municipales.
El despoblamiento de la ciudad se manifiesta en la década de los ochenta en que las nuevas generaciones emigran a los municipios vecinos, atraídas por la oferta de vivienda.
Es en la década del dos mil en que se genera la mayor migración, con el crecimiento exagerado de los negocios inmobiliarios, a partir de políticas financieras del gobierno federal que los patrocinaron, a costa del abandonó de las culturas comunitarias, en que se desenvolvían las ciudades tradicionales.
Coincide también el abandono de la ciudad, con administraciones municipales originadas en la alternancia de partidos, sin criterios ni conocimiento de los fenómenos sociales, el desarrollo urbano y las administraciones públicas.
Son personajes formados bajo una cultura de administración patriarcal arcaica y cultura patrimonialista, que impulsaron un desarrollo utilitario, que sacrificó valores sociales y comunitarios originados desde la creación de la ciudad.
El concepto de desarrollo urbano que se vivió en el mundo a partir de la década setenta, llevó a la despersonalización de los barrios y las ciudades, lo que generó el abandono de las zonas y la pérdida de identidad de las comunidades.
Se llevó a las ciudades a despoblarse, en nuestro caso por gobiernos sin conocimiento de los valores históricos y de la convivencia.
Las administraciones se caracterizaron por la ocurrencia y la improvisación dejando de lado las leyes sociales.
Con el paso del tiempo, el fenómeno se agudizó con el estancamiento de servicios como el transporte público y el aumento de la delincuencia.
Todo ello ante una autoridad que no entiende una época de mayor complejidad y dinamismo.
Lo que las administraciones no han logrado visualizar, es que para recuperar la ruta debe romperse el círculo vicioso de ciudad despoblada y sin inversión, que genera raquíticos recursos financieros a la administración municipal y por consecuencia deficientes servicios, que a su vez alejan a quienes desearían vivir e invertir en la ciudad.
De hacerla atractiva habría recursos suficientes para solventar los servicios públicos y la atención a sus habitantes.
Resolver la problemática de Guadalajara, implica rescatar su identidad, regresar al concepto original con la participación de la sociedad y todos los sectores, prioritariamente los de la cultura y la inversión privada.
Se debe atender bajo un concepto integral como se ha hecho en otras entidades, incluyendo las que nos generaron la distorsión de una falsa modernidad como sinónimo de valor cultural, como las ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, que han convertido a sus centros históricos en el eje del concepto de desarrollo urbano y social.
El rescate de la ciudad pasa necesariamente por el Centro Histórico, que es el eje primario de tiempo y espacio, así como el referente de la identidad y los valores de la ciudad. El segundo nivel son sus barrios que llevan los intangibles de la historia tapatía.
Es requisito indispensable para la recuperación de las ciudades, administraciones profesionales, alejadas de ambiciones electorales de corto plazo, que operan en la improvisación y la manipulación informativa, para justificar el desconocimiento y la falta de eficiencia en la administración de los servicios y la atención a los habitantes de la ciudad.
La ciudad debe regresar a la esbeltez que la caracterizó originalmente, debe ser habitable, amable, que te abraza y te arraiga.
Por ahí debería de empezar el rescate de la Zona Metropolitana, para continuar con la humanización de sus municipios vecinos, convertidos en muladares por políticas mercantilistas y deshumanizadas.